Museos de ciencia contemporáneos: ¿exposiciones o actividades?

En este post escribo una breve crónica de una mesa redonda que propuse y moderé para el Campus Gutenberg 2017. Los comentarios que me han enviado los lectores se pueden encontrar al final.

En los 90 todos los centros culturales querían ser museos. Hoy todos los museos quieren ser centros culturales. (Bernd Scherer, director de la HKW berlinesa).

Empiezo este post con una estupenda frase que me descubrió Rosa Ferré y que creo que no puede ser mejor como intro para esta breve crónica de la mesa redonda sobre la convivencia entre actividades y exposiciones en el museo de ciencia contemporáneo. Con cuatro invitados de lujo: Pilar López, directora de comunicación y programas públicos del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid; Rosa Ferré, directora de exposiciones y actividades culturales del CCCB); Marcos Perez, director de la Casa das Ciencias de A Coruña y finalmente Lluís Noguera, director de CosmoCaixa.

Como decían los autores del Funky Business: creatividad es igual a diversidad al cuadrado. Y eso parecía garantizado en esta ocasión: tres museos públicos por uno privado (CosmoCaixa), tres museos dedicados exclusivamente a la ciencia por uno de enfoque más transversal (CCCB), tres museos sin colección por uno que sí la tiene (Museo de Ciencias Naturales) y tres museos grandes -físicamente- por uno más reducido (Casa das Ciencias).

Aunque hoy pueda parecer sorprendente, hasta tiempos relativamente recientes los museos no habían manifestado de forma explícita su función educativa en el seno de su sociedad (de hecho el ICOM no explicita que los museos tengan una función educativa hasta su definición de museo de 1961). Actualmente, la intención educativa ya generalmente aceptada de los museos se articula en gran medida en base a una serie de actividades programadas por el museo que -paradójicamente- no tienen que ver con la exposición como producto propio del lenguaje museográfico, sino que se trata de diversas actividades de divulgación científica que, en sentido estricto, no precisarían ni tan solo el espacio físico del museo para poder verificarse.

Cabe preguntarse por tanto si el museo tiene una forma propia y museística de educar a través de la exposición (que es su producto comunicativo propio y endémico), o si debe utilizar otros recursos de base no museográfica para cumplir esa función educativa. Esto nos redirige a una cuestión más amplia: ¿cuál es el core business (competencia distintiva) del museo de ciencia, aquello que lo hace necesario y singular en una sociedad como la actual, cuajada de actividades de divulgación científica de excelencia y cobertura creciente, tales como las ofrecida por fundaciones, universidades, semanas de la ciencia, internet, televisión, industria del turismo, centros cívicos y culturales e incluso empresas de yogur, vino o miel?

En la mesa se propone un adecuado equilibrio: exposición y actividades deben formar una simbiosis singular con el museo como marco; el museo medio de comunicación y como rompedor de soledad en la medida en que es una experiencia social compartida. No en vano, en el famoso estudio de Dierking & Falk, The 95% solution queda claro que solo una mínima parte de lo que sabemos lo aprendemos en la escuela. Han cambiado los tiempos y hay que involucrar a más gente. En algunos museos se fomenta tan intensamente la participación de los visitantes que son los propios visitantes los que desarrollan, crean e imparten esas actividades, ensuciando sin complejos las disciplinas desde enfoques eclécticos. En este sentido podría pensarse en un core business cambiante o más bien mutante para el museo contemporáneo, en tanto en cuanto la función de museo contemporáneo no deja de ser pensar en el presente con la vista puesta en el futuro, y para ello utilizar un mix de recursos que podrían incluso compartir las propuestas museísticas con la ciencia ciudadana y otras tendencias contemporáneas de divulgación que tienen un gran sentido de empatía con los visitantes. En ocasiones son los científicos mismos los que promueven este tipo de actividades (y que incluso las imparten en el ámbito del museo) y eso supone una forma de poner en valor la investigación científica, algo que muchos museos de ciencia declaran pretender en sus cartas de intenciones sociales.

A veces las actividades se programan debido a que las exposiciones son demasiado caras como para ser rápidamente sustituidas, por lo que la agenda del museo debe renovarse con diferentes acciones cambiantes que fomenten la repetición de la visita. En este caso las actividades se entienden ya como una parte necesaria de la oferta museística, a fin de aportar dinamismo, frescura, impactos en los medios de comunicación y sobre todo visitantes a un museo que de otro modo podría resultar un establecimiento demasiado inmutable e incluso fosilizado en algunos aspectos (aunque el hecho de que una determinada exposición no fomente la repetición de la visita podría parecer más bien un problema de las características de la propia exposición). Posteriormente desde el público se sugeriría la existencia de una cierta laxitud y falta de originalidad de algunas de las actividades habituales de las agendas de los museos de ciencia.

Desde el público vuelve la cuestión sobre sus bases: el museo debe transformar la sociedad y también debe poder demostrar que lo consigue; no por nada, sino para asegurar su relevancia –y en algunos casos puede que también para garantizar su supervivencia-. Y como es casi una constante en los foros sobre los museos de ciencia, vuelve la interesante cuestión de la aplicación de las nuevas tecnologías. Cada mensaje que se pretende trasladar tiene sus medios, aunque como norma general la aplicación de las TICs en el ámbito del museo es en realidad es relativamente sencilla: un estupendo complemento o soporte a la experiencia tangible, la cual caracteriza la vivencia compartida propia de un museo y que le da su singularidad y razón de existir, evitando caer en la ingenuidad que supondría intentar sustituir con tecnologías justamente lo que ellas no pueden ofrecer (del mismo modo que el hecho de que en Internet esté disponible una ingente cantidad de información sobre cualquier país o ciudad del mundo no ha sustituido las ganas de viajar de la gente, sino que más bien ha fomentado el turismo). El concepto a veces manejado de museo virtual tiene por lo tanto un sentido similar a otros del mismo cuño, tales como sexo virtual o gastronomía virtual.

La naturaleza es otra interesante apuesta que se recomienda desde el foro ¿qué hay más tangible y más intensamente museístico que ofrecer en las mejores condiciones un buen trozo de naturaleza?. Y no es preciso que sea el bosque amazónico de CosmoCaixa, sino un sencillo y buen acuario mediterráneo, un pequeño mariposario como el de Granada o incluso un planetario –aunque en este caso sea un modelo de la realidad- con un precioso cielo estrellado (a ser posible un buen Zeiss óptico para los que tanto lo echamos de menos). Tangibilidad en todo caso.

No quiero dejar añadir aquí algunas de las preguntas que llevaba escritas y que la hora y media que duró la mesa redonda (que me pareció un cuarto de hora) no me permitió formular y que espero poder tener ocasión de replantearles a Pilar, Rosa, Marcos y Lluís cuando volvamos a encontrarnos:

  • En museística hay mucho todavía por optimizar: evaluación, investigación museográfica, planteamiento estratégico, inclusividad de públicos, accesibilidad, etc.. No obstante se dedican muchos recursos en los muses a organizar actividades de base no museográfica. ¿podría esto afectar al desarrollo del lenguaje museográfico?
  • El potenciar las actividades en los museos, ¿es una estrategia deliberada o tiene algo de resignado dadas la limitaciones de presupuesto, de formación de los staffs, etc…?
  • ¿Es posible que se dé un cierto efecto de imitación en el diseño de los programas públicos o incluso que se establezca una cierta competencia cultural (si es que este concepto tiene algún sentido)?
  • ¿Hasta qué punto los programas públicos son un recurso del museo que nace debido a que la exposición no tiene el suficiente poder de impacto social, tratando así de resolver carencias museísticas con medios no museísticos?

Una vez me dijeron que lo más interesante de participar en una mesa redonda o un debate era que hacerlo te obligaba a dedicar un tiempo a la reflexión al margen de la vorágine del absorbente día a día, en el que lo urgente no nos suele dejar tiempo para lo importante. Creo que ayer fue uno de esos días (al menos para mí).

Comentario enviado por Marcos Pérez (director de Casa das Ciencias de A Coruña).

Me parece un resumen muy acertado de lo que se habló en la sesión. Me gusta especialmente esta formulación por lo que tiene de contundente: “evitando caer en la ingenuidad que supondría intentar sustituir con tecnologías justamente lo que ellas no pueden ofrecer”.

(aunque no tengo tan claro que podamos descartar sin más el potencial del sexo virtual, por otra parte tan común en la naturaleza, especialmente en el medio marino)

Un abrazo y muchas gracias por la experiencia compartida.

Comentario enviado por Juan Bayona (ex-jefe de servicios generales de CosmoCaixa).

Creo que es evidente que los museos son una herramienta educativa en alza, una prueba de ello es el uso que realizan de los mismos las instituciones educativas, que en muchas ocasiones han substituidos sus laboratorios  y talleres por las actividades y talleres de los museos.

También pienso que la tecnologia nunca podrá substituir lo natural, en todo caso lo podrá imitar y en muchas ocasiones potenciar algunas características o prestaciones. Pero lo natural tiene un atractivo que el metal o lo sintético nunca podrá substituir. El producto natural es un símbolo que no puede ni debe faltar en el lenguaje museístico.

Personalmente siempre me he realizado una pregunta: ¿Qué buscan obtener las empresas gestoras de los museos? ¿Trasladar conocimiento a la sociedad, despertar el apetito de aprender, obra social, una herramienta de marketing,…? Es evidente que el gestor de un museo marca su dinámica, contenido, objetivo y como no su calidad museográfica.

Un museo debería ser un vinculo entre el conocimiento acumulado y la sociedad emergente, ha de mantener el espíritu del aprendizaje en actividad, ha de provocar ganas de renovar y de modificar las formas de entender.

Comentario enviado por Javier Peteiro.

Me parece un texto muy interesante, que pone de relieve la dificultad de establecer fronteras entre distintos modos de aprendizaje científico y de delimitar lo que ha de ser un museo encaminado a ese fin.

En concreto, encuentro de gran interés esa continuidad entre el espacio museográfico y el espacio natural a la que aludes.

En cierto modo, un museo facilitaría la comprensión de la Naturaleza, pero la inmersión en ella de forma directa aunque muy atenta puede ser un extraordinario método para iniciarse en sus enigmas. En este sentido, creo que sería interesante divulgar el excelente libro de D.G.Haskell, “En un metro de bosque”. Obviamente, sin tener los conocimientos de Haskell, pasarse sólo un par de horas en un metro de bosque puede resultar muy aburrido, pero asociar esa experiencia a la que permite un museo de ciencia puede suponer una combinación magnífica para quien desee estudiar el mundo en que vivimos.

Creo, en este sentido, que una finalidad a retomar por los museos científicos sería ilusionar también con lo viejo interesante, en concreto, con la perspectiva de los grandes naturalistas. Vivimos una época de fascinación, quizá excesiva, por lo novedoso y por lo reducible a la metáfora informática: en un contexto que retorna al neomecanicismo: avances en técnicas de edición genética, epigenética, proyectos biónicos, etc. Esos “árboles” de conocimiento, interesantes sin duda alguna, pueden evitarnos ver el bosque, incluso en sentido literal.

Creo que, en esencia, se trata de aunar esfuerzos para maravillarse ante la belleza de la Naturaleza, más allá de las abundantes explicaciones simplistas que frecuentemente se ofrecen en muchas obras de divulgación. Desde esa perspectiva, tal vez sea posible valorar algo curiosamente muy olvidado en esta época de impacto científico: el propio método que hace que la ciencia sea posible.

Comentario enviado por Sebastián Cardenete  (director del Centro de Ciencias Principia de Málaga).

Es un lujo contar con ponentes como los que han participado en esa reflexión, no me extraña que se os quedara corto el tiempo.  Estoy muy de acuerdo con vuestras opiniones y en nuestro caso, es evidente que las actividades suponen un alto porcentaje del día a día de Principia: Talleres, demostraciones prácticas, charlas… complementan notablemente la cada día menor producción de exposiciones o módulos interactivos para el museo.

Comentario enviado por José Antonio Gordillo  (Área de Contenidos Museo de las Ciencias de Valencia).

Últimamente cuando participo en alguna reunión de colegas en la que se aborda alguna problemática sobre los museos de ciencia, me quedo siempre con el mismo sabor de boca agridulce de «ocasión perdida». Asistí movido por la curiosidad a esta mesa redonda del Campus Gütemberg a quien por cierto me gustaría felicitar por la iniciativa. La pregunta que puso encima de la mesa el moderador de la misma era una pregunta mollar, con enjundia, con «chicha» como se suele decir vulgarmente, y sobre todo que iba a permitir a los invitados compartir su, din duda, aquilatada y acreditada experiencia con el público asistente. ¿Qué es lo específico hoy de un museo de ciencia? ¿Qué le diferencia de una empresa que se dedica a divulgar ciencia, de un centro cívico, de una universidad o instituto de investigación dotados de su correspondiente interfaz comunicativa? ¿Qué le es propio? ¿Qué es aquello que puede ofrecer y que otros no pueden o pueden haciéndolo peor? En el fondo es una pregunta que va de nuestra identidad, de lo que somos o queremos ser hoy, en una sociedad como la actual con todas sus profundas contradicciones, limites y oportunidades. 

En este comentario únicamente quería defender la vigencia y lo oportuno de la pregunta para que no caiga en saco roto, para que se estire y se la continúe teniendo presente, para que siga rondando nuestras cabezas. Porque hasta que no seamos capaces de responderla -o al menos intentarlo- me temo que seguiremos en una situación de «agradable» (o a lo mejor cada vez menos agradable) impasse, o seguiremos siendo percibidos por parte de la sociedad como un lujo necesario «imprescindiblemente» prescindibles, como una distracción con cierto caché pero con menos eficacia y atractivo que otras ofertas lúdicas del mercado.

Los museos de ciencia viven, especialmente en nuestro país, un tiempo apasionante y nuevo donde se está redefiniendo a toda velocidad y de raiz la función social que éstos deben tener en este principio de siglo dando respuesta a las demandas de una sociedad como lo actual muy distinta a la que teníamos hace más de 35 años -si hablamos en términos de España que es cuando aparece el primer museo de ciencia interactivo- o hace casi 50 años si tomamos referencias como el Exploratorium, Pero este tiempo exige que no hagamos oídos sordos a las preguntas seminales que van a permitir repensarnos desde el camino andado que no ha sido poco. Preguntas como las que escuche en la apertura de la mesa redonda del Campus Gutemberg. 

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