La mercantilización de los museos

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de El Museo Transformador.


Hoy la negatividad desaparece por todas partes. Todo es aplanado hasta convertirse en objeto de consumo.

«La agonía del eros». Byung-Chul Han.

La sociedad contemporánea tiene una marcada tendencia a la mercantilización de todo, de modo que cualquier cosa que pueda admitir un enfoque lucrativo, probablemente acabará siendo enfocada de ese modo. Esta dinámica parece tan establecida y admitida que ya se da por supuesta y alcanza hasta los aspectos más insospechados.

Mascarilla sanitaria de Louis Vuitton (85 euros)

Cabría preguntarse qué hay de malo en obtener rendimientos económicos de cosas que hasta ahora no los daban. Aunque podría pensarse que es plenamente legítimo obtener beneficios en estos casos, sí hay un aspecto negativo en ello: esta monetización de todo contribuye a crear la sensación de que aquello que no pueda monetizarse no vale la pena, es superfluo o incluso estúpido.

Algunos museos no han escapado a esta especie de conversión forzada de todo en objeto de consumo que caracteriza nuestros tiempos. Aquellos museos que han podido monetizarse casi siempre lo han hecho, incluso aunque ello entrase en franca contradicción con la definición de museo del ICOM, que identifica explícitamente al museo con un establecimiento no lucrativo. Para ello no hay más que fijarse en el debate sobre la franquicia del Hermitage que un gran fondo de inversión quiere instalar en Barcelona. El proyecto contiene un estudio explícito sobre los beneficios económicos que ello aportaría a los inversores. La campaña mediática no ceja, acusando a los que se oponen de ir contra la cultura y la economía de la ciudad.

En realidad no se trata de algo nuevo, pues desde hace mucho tiempo el lenguaje museográfico ha admitido un enfoque hacia el beneficio económico. En los USA del siglo XIX proliferaban los llamados dime museums (museos a diez centavos) que exhibían previo pago todo tipo de rarezas. Probablemente uno de los más famosos fue el American Museum, que fue largamente explotado en Nueva York produciendo interesantes beneficios hasta su incendio en 1868. Este museo exhibía gigantes, albinos, bailarines y también dioramas con representaciones relacionadas con temas como la Creación o el Diluvio Universal.

Pero el museo transformador no puede jugar en esa liga. Sus compañeros de mesa son los colegios, las bibliotecas o los hospitales, no los parques de atracciones o, más globalmente, la attraction industry. Los museos transformadores están para obtener rendimientos que no son económicos sino educativos, y deben dedicarse determinadamente a conseguir eso, que ya absorbe suficientes recursos.

Se habla de autofinanciación en los museos. Se trata de un apasionante reto que seguramente devendrá necesario, pero que es preciso orientar de forma correcta. Los museos deben proponerse intenciones de tipo social, de un modo idealista y transformador, y si para ello admiten recursos privados pro bono, lo deben hacer siendo asimilados a entidades del Tercer Sector (sean como sean sus estructuras administrativas). Una de las características de este tipo de entidades es justamente que, en base a sus visiones y valores, aspiran a ofrecer un servicio a unos beneficiarios, los cuales no tienen por qué poder costear los gastos derivados. Si fuese así y los beneficiarios pudieran pagar el servicio que se les presta, es fácil comprender que se trataría de una entidad de tipo empresarial.

La autofinanciación de un museo transformador, por lo tanto, puede proceder de alianzas con diferentes partners ―particularmente privados― en el contexto de una cuidadosa salvaguarda de sus finalidades sociales y educativas, las cuales habrán de ser prioridad total. Pero eso no puede confundirse con dedicarse a mercantilizar todos los aspectos de la gestión que sean mercantilizables, o con pretender cobrarle al beneficiario los servicios que le se quieren prestar y que forman parte de los ideales del museo entendido como organización socialmente comprometida.

Esta autofinanciación mal entendida puede tener el efecto de confundir por completo la estrategia de un museo ¿podría autofinanciarse directa o indirectamente de sus beneficiarios una escuela? ¿y una biblioteca? ¿un hospital? Hemos visto recientemente cómo los museos que más han sufrido la crisis sanitaria del Covid-19 han sido precisamente los que basaban su modelo de gestión en financiarse de los visitantes, de modo que ha quedado claro que es mucho más sostenible para un museo vivir para los visitantes.

Por otra parte, seguir incondicionalmente las intenciones derivadas de la autofinanciación podría llevar a la muy paradójica situación de que el museo transformador se viabilice económicamente sobre la base de dejar ser un museo para pasar a convertirse en otra cosa, excusando esta transformación inverosímil en pos de una necesaria autosuficiencia financiera.

Seguir los cantos de sirenas de obtener a toda costa una rentabilidad económica ―por legítima y necesaria que sea para la autosuficiencia del museo― puede acabar distorsionando la verdadera función de un museo de intención transformadora. Es preciso antes de nada centrarse en la educación (en serio) y demostrar (evaluar) lo que se consigue para la sociedad.

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