«Som educació/Somos educación» Un libro indispensable

Dedico este post a Som Educació/Somos Educación, un libro de reciente publicación y que creo que es imprescindible en la didáctica de los museos de ciencia contemporáneos.

Reproduzco el comentario que de este libro hice en el número 64 de la Revista de Museología, en el apartado de publicaciones.

Som educació/Somos educación. Enseñar y aprender en los museos y centros de ciencia: una propuesta de modelo didáctico.

  • Autores: GTEMC (Grupo de Trabajo de Educación en Museos y Centros de Ciencia). Compuesto por: Banqué, N.; Bonil, J.; Crespo, C.; Gómez, R.; López, T.; López, E.; Olmeda, M.; Pejó, Ll. ; Soler, M.; Viciana, S. & Viladot, P. (2013)
  • Idioma: Catalán/castellano.
  • Edita: Museu Blau. Museo de Ciencias naturales de Barcelona.
  • Colección: Manuales del Museo, número 1.

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Un libro para todos quienes crean que los museos de ciencia pueden transformar el mundo.

En un centro de ciencia transformador, enseñar y aprender ciencias se convierte en una actividad que capacita a los individuos para construir su forma de sentir, pensar, hablar y actuar sobre el mundo. La educación científica se configura de esta manera como una acción transformadora del mundo, abierta a un futuro indeterminado.

Página 200, punto 4.

El libro está en publicado en Issuu, pero desde luego vale la pena comprarlo.

Es un libro pesado, robusto, de perfecta forma y tamaño… que apetece coger en la mano y también meter en la mochila. Su aspecto externo sugiere un cuaderno de campo o una Moleskine, con esas tapas duras y recias, y el lomo y la lomera en una sola pieza de tela negra. El entrañable tirante elástico negro ya promete que probablemente se convierta en un libro que vayamos a usar mucho, y que seguramente va a convertirse en uno de nuestros manuales de cabecera. Sin todavía abrirlo, el libro ya seduce y nos transmite aquella sensación tan agradable que sólo algunos libros muy concretos nos regalan: “¡Vaya!; creo que me va a gustar”.

En el mundo de los museos de ciencia no abunda la investigación. A pesar de que resulta muy evidente que los grandes y más influyentes museos de ciencia se caracterizan por su capacidad de investigar sobre el lenguaje museográfico y dar a luz a excelentes productos museísticos, no es fácil que la mayoría de los museos de ciencia dediquen recursos a trabajar en ese sentido, sino más bien a replicar o a adaptar (con mayor o menor fortuna) los productos que otros museos desarrollan. En eso el museo quizá se parece bastante a la universidad: las buenas universidades enseñan y también investigan; los buenos museos exponen y también investigan (investigan sobre cómo hacer mejor museografía, claro está).

Por eso, abrir este libro es algo así como abrir una ventana. Hay en él pocas recetas, bullet points, o decálogos con recomendaciones. Los autores comparten con el lector sus preguntas más que sus respuestas (¡qué difícil es hacer una buena pregunta!), sus inquietudes más que sus conclusiones, su pasión más que su reflexión, sus ideas más que sus afirmaciones, y página a página, consiguen trasladar al lector a una nueva visión del diseño del proyecto educativo de un museo de ciencia, estimulándonos a pensar, a dialogar, a probar por nosotros mismos y a tener nuestras propias experiencias en este sentido, o mejor dicho, nuestras propias aventuras. Un delicioso estilo literario en primera persona de plural que resulta profundamente narrativo y casi lírico (como también lo es el buen museo de ciencia, por cierto), y que tan en falta echamos a veces en los tratados científicos, que con frecuencia parecen considerar que el rigor acaso estuviera reñido con un refinado trabajo literario del texto.

El libro es el resultado de años de dedicación del GTEMC (el Grupo de Trabajo sobre Educación en Museos y centros de ciencia), un colectivo diverso y apasionado que apuesta por un museo de ciencia transformador, que produzca un efecto intenso y duradero en las personas. Mientras hay quién está interesado en saber cuántas personas han entrado en el museo, al GTEMC lo que le importa es saber cuánto del museo ha entrado en las personas. E intentar optimizarlo. La idea del museo transformador, es un concepto extraordinariamente seductor para los que creemos en las inmensas posibilidades del lenguaje museográfico en nuestros días y en el futuro. De hecho, la propia idea de “transformador” ya sugiere una bella metáfora electrónica, pues los transformadores eléctricos se basan justamente en conseguir en los bornes de salida un fluido eléctrico de unas características concretas, a partir de recrear en el interior del transformador las condiciones físicas adecuadas para que la corriente eléctrica entrante se reconfigure por sus propios medios.

Los autores identifican el espacio del museo como un campo lleno de posibilidades didácticas, posibilidades que van más allá incluso de la enseñanza de las ciencias para poner las bases de un nuevo modo de entender el mundo y mejorarlo. Y están empeñados en llegar hasta el fondo de este asunto, poniendo al visitante en el centro de este propósito. Para ello proponen un modelo didáctico apasionante para todo museo de ciencia que aspire a desarrollar un gran potencial transformador del entorno a través de generar un intenso impacto en sus visitantes. El museo se convierte así en un lugar de estímulos basados en experiencias singulares de gran valor formativo; experiencias que tienen que ver con el contacto con el objeto, con la narrativa, con el espacio y con la experiencia real, bases fundamentales de la aportación única y singular del lenguaje museográfico. La conversación y el diálogo pasan a configurar la verdadera nueva interactividad del museo de ciencia contemporáneo, que podría incluso evaluarse (y a veces se evalúa) por la cantidad y calidad de las conversaciones que sus propuestas suscitan en los visitantes.

Cada museo o centro de ciencia puede describir su modelo didáctico respondiendo a cuatro preguntas que determinarán a su vez cuatro polos fundamentales: qué queremos enseñar, cómo lo queremos enseñar, dónde lo queremos enseñar y, finalmente, a quién lo queremos enseñar. Así pues, el proyecto educativo de un museo de ciencia será el resultado de un diálogo entre lo que se quiere enseñar, el equipo de educadores, el contexto del museo y, como no, los visitantes en el centro de la acción.

Basándose en el diálogo y en el visitante como fundamento de todo, el libro nos propone el uso de los ejes dialógicos, una herramienta que los autores emplean para relacionar conceptos en principio contrapuestos y obtener de este modo un plano superior de comprensión. Así, cada uno de los elementos que configuraban el modelo didáctico (qué, cómo, dónde y a quién) pueden ahora estudiarse en el espacio abierto por una serie de diversos ejes dialógicos para cada elemento configurativo del modelo didáctico. Comentemos algunos de ellos:

En el caso del contenido (qué), uno de los más relevantes es el eje dialógico razón/emoción: la experiencia museística tiene en este factor un aspecto fundamental que hace del aprendizaje una actividad que no puede entenderse sino está aparejada a sentir intensamente. En el libro se usa regularmente el ciclo del agua como ejemplo un contenido didáctico cualquiera. Pocas expresiones museográficas más elegantes y bellas creo que han existido acerca del ciclo del agua que la obra Condensation Cube (1965) del artista alemán Hans Haacke; precisamente una pieza de arte de propósito sobre todo estético.

Entre los ejes dialógicos relacionados con el equipo educativo (cómo), cabe destacar el que han denominado kronos/kairós; lo cuantitativo frente a lo cualitativo. El equipo educativo tiene que atenerse a unos tiempos y objetivos, pero mientras transcurren esos tiempos, hay que detectar unos momentos; esos momentos de inspiración tan singulares en los que los visitantes recibimos, sin saber muy bien de dónde nos llega, la brisa de las musas que bautizaron al museo (ahora recuerdo que uno de los “Museos imposibles” de Luis Britto es precisamente: Un museo que detiene el fugaz instante de quien en él entra).

El polo dedicado al contexto (dónde) nos trae cuatro ejes dialógicos. Museo/escuela es sin duda uno de los más apasionantes. La educación formal vs la no-formal. El apasionante debate entre el papel del museo y el de la escuela en la experiencia formativa integral de las personas, que suele señalar al museo como un espacio para compartir más que un espacio para impartir. El museo y la escuela: dos espacios tan distintos pero que tanto se necesitan aunque a veces se entiendan tan poco.

Y finalmente los visitantes (a quién). Uno de los ejes dialógicos, familia/museo, está intensamente cargado de significado. Unos y otros se perciben mutuamente como deseables. Los museos tienen en las familias un público excelente para la mayoría de sus formatos y productos, y especialmente permeable a su oferta. Las familias, por su parte, ven en el museo un perfecto aliado para una enriquecedora experiencia educativa conjunta, pero sobre todo para una experiencia compartida y plenamente vital.

El libro apuesta por una concepción socioconstructivista para explicar cómo se enseñan y aprenden las ciencias, y profundizan en algunos de los elementos que juegan un papel relevante. 1) La construcción de modelos explicativos (modelos conceptuales) es básica en la actividad del científico, aunque también  puede relacionarse con ese hábito tan humano de comprender el mundo usando modelos (modelos mentales). En el ámbito del museo, estas formas de modelar encuentran puntos de convergencia. 2) La diversidad de lenguajes es otro aspecto clave del museo transformador, en el que conviven muchos mecanismos de comunicación (lenguajes artísticos, visuales, fotográficos…), dando conjuntamente forma a otro lenguaje de rango superior y que amplifica la suma de sus partes: el lenguaje museográfico, cuyo máximo exponente es la exposición. 3) La organización bien estructurada de las actividades didácticas en el museo en cuatro fases (exploración, introducción de contenidos, estructuración y aplicación). Y, por fin, 4) la propuesta de actividades competenciales que supone asumir que el programa de actividades adopta como ejes el pensamiento, la acción, la comunicación y la emoción.

Y, para terminar y como muy bien dice Carme Tomàs en el prólogo, los casos concretos de buenas prácticas en museos de ciencia (8) y de trabajos de investigación sobre la práctica real (4) que completan el libro, no son en absoluto un anecdotario, sino un análisis riguroso de la complejidad de los procesos humanos.

Si crees en los museos de ciencia, no te pierdas este libro.

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