Sobre la necesidad de evaluar en el museo de ciencia del siglo XXI

En 2016 estuvimos colaborando con CosmoCaixa en la elaboración de un informe que resumiera las tareas de evaluación y análisis museístico que se han llevado a cabo en CosmoCaixa en los últimos años.

En este post he publicado sólo una parte de lo que escribí para el informe, concretamente el capítulo de introducción. El informe completo puede bajarse de aquí.

Sobre la necesidad de evaluar en el museo del siglo XXI.

A raíz del desarrollo de la museología científica durante el siglo XX, los museos también desarrollan y amplían sus misiones, pasando de los iniciales propósitos de conservación, catalogación y exhibición, a adoptar un amplio abanico de intenciones de gran alcance social y educativo, y poniendoi al visitante en el centro de su acción. La nueva era de los museos de ciencia da lugar a unos centros museísticos renovados y realmente ambiciosos, cuyos propósitos se manifiestan diversos y extraordinariamente amplios. En particular la aparición de los modernos museos de ciencia interactivos a lo largo del siglo XX no sólo revoluciona la museografía científica sino que, sobre todo, aporta muchas otras nuevas misiones para el museo. El museo ya no sólo conserva o expone piezas (incluso en algunas ocasiones deja de tener piezas que conservar), sino que entre sus propósitos aparecen aspectos tales como crear opinión científica, transmitir conocimientos, sensibilizar sobre distintas realidades, crear estímulos positivos a favor de la ciencia o crear vocaciones científicas.

Las expectativas de los visitantes de los museos también se diversifican y no se limitan ya a la típicamente experiencia cognitiva (de transmisión de conocimiento). La labor museística ha trascendido al concepto clásico del “aprendizaje” basado en adquirir información cognitiva, para pasar a considerar una valoración general y transversal de la experiencia. Así, la visita al museo resulta ser una experiencia muy compleja, fuertemente mediatizada por las características personales del visitante, su entorno físico, sus conocimientos previos o sus motivaciones personales, en el marco de una experiencia en gran medida social. Los autores Neil y Philip Kotler señalan hasta cinco tipos más de experiencias en la visita a un museo, además de la puramente cognitiva o de transmisión de conocimiento: la de entretenimiento (disfrutar de una actividad libre, relajada y no estructurada); la de sociabilidad (encontrarse y compartir con familiares o amigos); la estética (sumergirse en percepciones sensoriales y tener experiencias interesantes por su belleza más que por su carácter utilitario); la conmemorativa (celebrar u honrar un acontecimiento o logro histórico, o descubrir valores elevados) o la experiencia de deleite (observar cosas o vivir experiencias que elevan la mente, la imaginación y el espíritu).

Además, incluso la propia experiencia cognitiva en el entorno del museo adquiere una nueva dimensión e incorpora aspectos afectivos, tales como actitudes, creencias y emociones. El “aprendizaje” en el contexto del museo de ciencia contemporáneo, debe entenderse, por lo tanto, no ya sólo como la asunción de hechos y conceptos científicos, sino también, o más bien, como el cambio de algunas actitudes intelectuales, reforzadas por el efecto de las conversaciones e interacciones socialmente mediadas entre los grupos de amigos o entre miembros de las familias que visitan los museos. Así, el efecto de la buena exposición se asimila al de una buena película o un buen libro: una experiencia intelectual singular de amplio y diverso calado formativo, vivida en un espacio informal y marcada por fuertes connotaciones sociales.

Los museos en el siglo XXI; actores sociales de pleno derecho:

El desarrollo de los museos en general y los museos de ciencia en particular está transformando su papel social. Los retos para abordar con éxito este nuevo rol son muchos y diversos. En cualquier caso, la clave del museo contemporáneo radica en la asunción plena de su realidad como organización de la sociedad civil que en última instancia es –independientemente de su esquema  administrativo- y, por consiguiente, en su capacidad para conseguir un fuerte arraigo social, en primera instancia en su comunidad más próxima. Es esa complicidad social bien gestionada el aspecto central de un museo contemporáneo de éxito que goce de verdadera demanda en el siglo XXI. La dificultad de esta gestión de la complicidad social del museo radica en que no puede identificarse de una forma reduccionista, basada en preguntar al público qué se quiere para hacer lo que se pida. El museo ha de ir más allá y trabajar por conseguir una profunda comprensión de su sociedad próxima que le permita ejercer un liderazgo cultural en base a realizar una intensa prospección de las necesidades que puede colmar con los recursos que son propios: los del lenguaje museográfico. En este proceso, el código de valores propio del museo, que deberá ser expreso y orientar toda la estrategia del museo, cobrara una gran importancia, y su desarrollo será fundamental como activo básico ya no sólo de un museo, sino de toda entidad que pretenda un alcance de tipo social.

Pero el gran reto de los museos como entidades que pretenden transformaciones sociales, es sin duda su capacidad para valorar el verdadero impacto de lo que pretende y articular así una dinámica profesional eficaz que justifique los recursos empleados. La cuenta de resultados permite valorar de una forma muy simple la rentabilidad de una empresa privada, pero en la acción social las cosas no son tan fáciles, pues casi todos los indicadores que sirven en otros sectores, aquí pueden resultar inaplicables, incompletos o de peligrosa extrapolación, haciendo necesario el desarrollo de herramientas de evaluación mucho más sofisticadas y de carácter esencialmente cualitativo. Gran parte del trabajo de gestión de las entidades con función social, por tanto, va a tener que dedicarse al desarrollo de diferentes herramientas de evaluación de los impactos sociales pretendidos.

La evaluación en el museo como un proceso continuado:

Esta diversidad, tanto de expectativas de los visitantes como de nuevos roles sociales de los museos, hace evidente y más necesario si cabe en la actualidad el desarrollo de unos procesos de valoración que permitan saber qué impacto social se consigue realmente con la labor del museo, profundizando a su vez en el perfil, expectativas y necesidades de sus visitantes; eje básico de su acción.

La cifra de visitantes es un factor ampliamente manejado por los museos como mecanismo evaluador básico. Aunque la cantidad de usuarios es una variable fundamental en la gestión de las corporaciones privadas fundamentadas en la búsqueda de rendimientos económicos, pierde mucho de su valor cuando se extrapola a entidades que proclaman una misión social, pues en este caso informa sobretodo de hasta qué punto el museo atrae. Aunque es evidente que un museo debe tener visitantes y obviamente lo ideal es que sean numerosos, esta cifra por sí sola es un guarismo que dice poco de las transformaciones que el producto museístico ha ejercido sobre los visitantes; transformaciones que constituyen la misión básica y razón de existir de la mayoría de museos de ciencia, según sus propias cartas de intenciones. Por su parte, los sondeos (normalmente cuestionarios) relacionados con el nivel de satisfacción de la visita, se articulan con frecuencia como un sistema de valoración del museo por parte del visitante y pueden ofrecer datos interesantes sobre las expectativas del público en relación al establecimiento, o bien sobre la calidad y adecuación de ciertos servicios del museo. No obstante, estos trabajos tampoco pueden profundizar mucho en la influencia de la experiencia museográfica en los visitantes, pues informan de hasta qué punto el museo gusta. A pesar de la importancia de saber cuánto el museo atrae y cuánto el museo gusta, es básico saber, además, cuánto y cómo impacta el museo en sus beneficiarios.

Screven describió tres tipos de evaluación aplicable a una exposición en función de la fase de desarrollo de la exposición en que se apliquen: la evaluación previa representa una etapa en la que se valoran los objetivos de la exposición en relación a las necesidades, expectativas y conocimientos previos de los públicos visitantes. La evaluación formativa, es aquella que tiene lugar durante el proceso de planificación y desarrollo de una exposición, y que permite mantener una reflexión constante sobre la adecuación de los contenidos a los públicos. Por último, la llamada evaluación sumativa se aplica con la exposición ya instalada y permite valorar la efectividad real de la exposición respecto a los objetivos inicialmente descritos. Los resultados de esta evaluación sumativa pueden aplicarse para corregir efectivamente aspectos de la exposición de que se trate, o bien como repositorio de experiencia de cara a futuros proyectos.

La integración de estos tres tipos de evaluación en un museo de ciencia contemporáneo supone la implantación en la estructura del museo de un mecanismo estable y transversal que ha de ir mucho más allá de un trámite de moda, que está presente en todo el proceso de desarrollo de una exposición, y que garantiza un verdadero compromiso con la búsqueda de la excelencia en el trabajo museográfico y, por ende, de acción social.

Características de los trabajos de evaluación en los museos de ciencia:

Podemos desgranar algunas características generales de los trabajos de evaluación en museos de ciencia:

  • La evaluación es una actividad que exige un espíritu profesional crítico: el trabajo de evaluación es sobre todo una herramienta para mejorar las exposiciones y obtener un desarrollo profesional a todos los niveles. No se evalúa para juzgar o criticar, sino para crecer y mejorar, huyendo de la tan humana autocomplacencia, o también de esa ciencia infusa tan ampliamente extendida que es la opinática[1]. Habitualmente se dice que la evaluación del museo es por naturaleza una actividad humilde, pues el evaluador ha de ser siempre muy consciente de lo limitado de los resultados de su labor, y no olvidar que su aproximación a la abstracta influencia del museo en el visitante será siempre parcial. No obstante, el hecho de admitir que nunca podrá saberse todo sobre la repercusión de la exposición sobre el visitante, no significa que no haya que trabajar por saber lo máximo posible.
  • La evaluación va aparejada a los objetivos: El trabajo evaluativo serio precisa necesariamente de una gran claridad de objetivos, pues la evaluación en realidad es una parte más de una planificación estratégica más global, la cual debe disponer de sus recursos propios en el museo y verificarse regularmente. Es imposible llevar a cabo una evaluación si no se han concretado previamente los objetivos y se sabe con toda claridad qué y para qué vamos a evaluar. Sólo por eso la actividad de evaluación ya resulta del máximo interés, pues ayudará decisivamente a determinar con claridad los objetivos del museo y la exposición, diferenciándolos claramente de ciertas listas de buenas intenciones, tan bellas como profundamente abstractas que pueden llegar a  confundirse con verdaderos objetivos.
  • La evaluación requiere conexiones de reentrada: a menudo los ensayos de evaluación no se realizan o fracasan porque los museos carecen de mecanismos de reinserción de los datos obtenidos: la organización del museo es tal que la experiencia y conocimiento obtenido tras el trabajo de  evaluación no pueden ser reintegrados en el expertise del museo. Antes de dedicar recursos a hacer evaluación es preciso, ante todo, crear una conexión de reentrada en el sistema organizativo del museo, a fin de poder procesar los productos de la evaluación e incorporarlos a los futuros trabajos. Sólo eso permitirá que las tareas evaluativas tengan alguna repercusión o trascendencia que justifique los recursos empleados.
  • La evaluación en el museo es una actividad sistemática: si, además de los objetivos, no se establece previamente un calendario, unos recursos y unas acciones bien concretadas, los resultados de la evaluación pueden resultar inútiles o conducir a un “berenjenal” de espesos datos de imposible interpretación o aplicación, e incluso de mera lectura. Las actividades evaluadoras precisan de una dinámica de trabajo regular y constante; no ofrecen resultados inmediatos ni soluciones mágicas, ni tampoco pueden reducirse a un recetario de aplicación automática. Las conclusiones de los estudios de evaluación deben ser tratadas con la adecuada modestia y con la mayor cautela: un estudio de evaluación ofrece datos que ayudan a tomar decisiones, pero no puede servir para tomarlas de manera automática y tenerlas en cuenta como el único referente. Las tareas de evaluación se introducen exitosamente en los museos, por lo tanto, de forma progresiva y personalizada, y como una dimensión más del trabajo museístico cotidiano. En realidad las tareas de evaluación eficaces deberían concebirse como un proceso continuo, como una parte integrante de la actividad museística, como un departamento más en el organigrama y como un activo y recurso asumido y compartido por todo el staff del museo.
  • Cabe destacar que algunas prácticas de evaluación en particular pueden necesitar de planificaciones especialmente diseñadas a largo plazo, pues la constatación de algunos objetivos planteados por los museos de ciencia contemporáneos puede demandar labores evaluadoras de amplio recorrido temporal. Es el caso de evaluar uno de los objetivos más mencionados por los museos de ciencia contemporáneos: suscitar vocaciones científicas.
  • La evaluación permite desarrollar el lenguaje museográfico: el lenguaje museográfico ha ido evolucionando y cambiando a lo largo de los últimos años. Como otros lenguajes, el museográfico es una disciplina dinámica y en constante desarrollo. No es absurdo en este sentido usar este acrónimo tan en boga hoy en día (I+D+i) para expresar que el ejercicio de la museología precisa esfuerzos de investigación, desarrollo e innovación: un I+D+i aplicado al lenguaje museográfico. El museólogo contemporáneo es sobre todo un investigador que, en las salas, día a día, crea, prueba, observa y ajusta nuevos sistemas cada vez más eficientes para comunicar a través del lenguaje museográfico. Fruto de estas labores regulares de investigación también se desarrollarán innovadores productos museísticos que tal vez puedan ser exportados a otros museos o intercambiados con ellos. La evaluación es una parte fundamental de toda actividad investigadora; y también de la investigación museística.
  • La evaluación permite rendir cuentas: Los museos de ciencia habrán de profundizar para su subsistencia en la diversificación de fuentes de financiación, tales como las colaboraciones con el sector privado. Para desarrollar este tipo de relaciones es preciso que los museos puedan explicar bien el impacto social asociado a las colaboraciones que reciben; en este caso con la dificultad añadida de que la repercusión social del lenguaje museográfico, por su propia naturaleza, no siempre es instantánea o fácilmente detectable, y tampoco puede medirse en términos de rentabilidad económica ni sólo a través del número de visitantes. Estas labores de rendición de cuentas o accountability (empleando el conciso término anglosajón) serán en un futuro próximo cruciales para mantener la viabilidad de los museos, y sólo pueden ser desarrolladas en el marco de un buen programa evaluativo. La exposición más cara es siempre la que no cubre adecuadamente los objetivos planteados, y en la mayoría de los casos, una pequeña inversión en evaluación se acaba justificando plenamente.
  • La evaluación tiene muy diversas técnicas: aunque existen aspectos técnicos básicos que hay que conocer y dominar, cada tipo de evaluación precisa de sus herramientas y su metodología. El evaluador carece de recetario o de procedimientos de funcionamiento unívocos e inequívocos, pues casi siempre deberá diseñar o rediseñar sus herramientas ad hoc. Debido a ello, los estudios de evaluación en museos de ciencia siempre requieren tener al frente a especialistas de esta disciplina que sean buenos conocedores de los museos de ciencia, considerando cuidadosamente la eventual extrapolación de especialistas en evaluación de otros sectores.
  • Evaluar no consiste en preguntarle todo al visitante: aunque parezca extraño, es muy frecuente articular presuntos sistemas de evaluación en base a cuestionarios en los que se pregunta directamente al público cosas como si han aprendido algo o si creen que recordarán tal exposición dentro de un año… Naturalmente, para ser mínimamente fiables, las consultas al público no pueden tener estas características. En una organización con función social (como en última instancia es un museo), los estudios sobre los visitantes sirven para conocer profundamente a los públicos, con el fin de poder así determinar -a partir de ese conocimiento-, qué es lo mejor y más exclusivo que el museo puede ofrecerles. No obstante y con frecuencia, en los museos de ciencia estos estudios de marketing se usan inadecuadamente imitando el uso que de ellos hacen las empresas: un medio para saber qué es aquello que desean los públicos, a fin de implementarlo rápida y automáticamente, y casi al pie de la letra de lo solicitado. Por otra parte, consultar a los públicos de forma directa y en distintos foros sobre aquello que el museo debería ofrecer, en el marco de los trabajos de evaluación previa, es siempre una buena idea pero es preciso interpretar bien los resultados. No debemos olvidar que los museos de ciencia no sólo existen para profundizar en lo que se conoce, sino en gran medida para dar a descubrir lo que aún no se conoce. Es evidente que, al preguntar a un visitante acerca de lo que le gustaría ver desarrollado en el museo, es poco probable que mencione algo que aún no sabe que existe…

[1] La opinática puede definirse como el arte (¿o la ciencia?) de diagnosticar o tomar decisiones basándose en opiniones y percepciones, sin reconocer  ninguna necesidad de justificarlas o explicar en qué se basan.

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