Tenía pendiente desde hace tiempo dedicar un post al último libro de mi amigo Javier Peteiro (Estética de la Ciencia), cuyo El autoritarismo científico ha sido uno de mis libros preferidos y el texto que seguramente mejor me ha ayudado a comprender los claroscuros de la cara opuesta a las pseudociencias, que no siempre son tan conocidos como éstas.
Estética de la ciencia es muy adictivo y se lee enseguida y con gusto, casi de un tirón. Javier hace un repaso de las manifestaciones estéticas de la ciencia con ese estilo directo y yo creo que casi coloquial, aunque a la vez profundamente documentado y riguroso.
La Ciencia nos da muchas cosas pero una de las más importantes es que nos ayuda a descubrir la belleza del mundo, aunque no siempre valoremos este gran activo de la práctica científica. En el contexto de ese pragmatismo cuantitativista que invade tantos ámbitos de nuestra sociedad actual, la ciencia no siempre es vista en toda su extensión y capacidades cuando se enfoca desde un positivismo reduccionista:
(…) Y eso supone una paradoja: la profundización en un campo de investigación en el momento actual puede ser absolutamente ajena a la impresión estética y, a la vez, la impresión estética se relaciona con el conocimiento proporcionado por la investigación científica. No necesariamente el científico investigador es un contemplador, aunque sea muy buen observador. Sin embargo la ciencia sí que favorece la contemplación. La ciencia descubre la belleza del mundo, aunque para muchos científicos, el velo de su propia actividad paradójicamente la oculte (…).
Estética de la ciencia. Pág 85.
Profundizando en diversos enfoques científicos: la belleza está también en las matemáticas (cuánto placer deben encontrar los matemáticos en ellas, que tan a menudo manifiestan no estudiarlas por motivos prácticos sino por pura satisfacción intelectual). Y también está la belleza en ciertas teorías científicas; Javier hace un estupendo análisis de los criterios estéticos aplicados a las teorías científicas de Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologica.
Probablemente uno de los enfoques más interesantes sea el que se hace desde los aspectos estéticos de la medicina, profesión de Javier en la que está doctorado. Él siempre ha sido crítico con la medicalización de la sociedad y con el cientificismo que se ha adueñado de la práctica médica contemporánea, que mira más al cuerpo que al alma y más al ordenador que al paciente. En este sentido sus planteamientos han sido muy influyentes para mí, y creo que desde que leo lo que escribe sobre medicina en su blog entiendo mucho mejor la profesión médica y sus retos actuales.
Hace años que leí Cómo entendemos el arte de M. J. Parsons. Sabía que era un texto de referencia de la didáctica de las artes, pero creí que muchas cosas serían extrapolables a la ciencia, así que lo leí confiando en encontrar cosas que acaso pudiera aplicar a la didáctica de las ciencias en museos de ciencia. Esta parte del texto –que siempre comparto en charlas y ponencias- es representativa de hasta qué punto superó el libro mis expectativas:
Pero mucho antes de ser conscientes de cualquier cosa que se llame «arte», disfrutamos mirando los objetos. Nos fascina el color de una piedra, el brillo de una cuchara, las líneas de una pluma. Estas cosas tienen un atractivo natural. Las prestamos atención por lo que son en sí mismas, no por su significado (…). Este atractivo nos acompaña siempre. Es el atractivo sensorial directo del color, la textura y el trazo que poseen las cosas materiales de este mundo y que el arte suele explotar. Es más que belleza en su sentido corriente, aunque incluye lo bello. Incluye, por ejemplo, el verde traslúcido y fresco del envés de la hoja del limonero. Pero incluye también otras muchas cosas: por ejemplo, la textura del corte rugoso de la madera de cedro, y las líneas irregulares de un cristal hecho añicos (…). El arte se basa esencialmente en este tipo de cualidades, y ellas constituyen su primer atractivo.
Y lo anterior viene a cuento porque Javier hace en Estética de la ciencia un análisis brillante de los experimentos elegantes; esos experimentos clásicos considerados bellos y que protagonizan incluso algunos libros temáticos enteramente dedicados a ellos: la balanza de torsión de Cavendish, la medida de la Tierra por Eratóstenes o las gotas de aceite de Millikan, por poner algunos ejemplos. Javier establece una serie de criterios que asocia con la característica de la elegancia en los experimentos: la cuestión se plantea con claridad; el experimento es sencillo; la respuesta obtenida es verdadera e inequívoca y supone un avance epistémico cualitativo; el resultado no es fruto del azar sino de la creatividad y el experimento es reproducible.
La importancia de esta reflexión es que, habida cuenta de las concomitancias entre los mecanismos del método científico y los propios de la museología de ciencia contemporánea, el análisis de Javier resulta, paralelamente, de gran interés museístico. También relacionado con la belleza de un experimento se analiza en el libro el carácter mimético de la experimentación científica: el experimento es elegante en la medida en que imita sencilla y adecuadamente un comportamiento natural, de forma que de la imitación en el laboratorio pueda alcanzarse un conocimiento universal. Cabe pensar que en realidad esta es la misma intención de una buena experiencia tangible en el marco de un museo de ciencia (¿y podría decirse que vice-versa?).
Javier traslada estas reflexiones sobre la belleza de los experimentos a la disciplina de la Química, para concluir que los bellos experimentos de referencia en este caso (la determinación de la configuración de la glucosa por E. Fischer; la separación de enantiómeros de tartrato por Pasteur; o la síntesis de colorante malva por W. Perkin, por poner también tres ejemplos) ven radicados sus activos de belleza en los métodos. La Química es una ciencia que trata con moléculas y por eso su belleza no puede verificarse -por su propia naturaleza- en la experimentación que la desarrolla, pero sí en los métodos: he aquí una bella –valga la redundancia- explicación de porqué la Química es una disciplina que generalmente se aviene poco con los recursos del lenguaje museográfico y que está pendiente de mucho trabajo e investigación museística todavía.
En fin: tras leer el libro de Javier me replanteo de nuevo –con más fuerza si cabe- una pregunta que siempre llevo conmigo, dispuesta a compartir con quién se anime: ¿y por qué no se estudia ciencia en el itinerario artístico de Bachillerato?