De «ciencia divertida» a ciencia seductora

Este artículo lo publicamos Pere Viladot, Erik Stengler y yo, en el número 13 de «Spokes» la revista digital de Ecsite. Posteriormente  este artículo apareció en un libro impreso en papel que editó Ecsite con una selección de los artículos de «Spokes» de 2015:  «Panorama Spokes». Aquí pongo el artículo en su versión original en castellano:
Los centros de ciencias y museos han experimentado una gran evolución en las últimas décadas, aunque parece que, últimamente, el modelo de museo de ciencia ha podido quedar un tanto estancado. Partiendo de los cambios radicales que sufrieron durante la segunda mitad del siglo XX, se han ido desarrollando hacia estrategias en las que el número de visitantes toma prioridad sobre otras consideraciones. Paralelamente a una ciencia  escolar que podría ser descrita como «aburrida», ha surgido una tendencia hacia una versión «divertida de la ciencia» que tiene su espacio en los museos de ciencia, y que parece que alberga la esperanza de aspirar a resolver ciertas deficiencias actuales. En este artículo se cuestiona este punto de vista y se propone la idea de «ciencia seductora» como una alternativa para lograr un impacto a largo plazo de las visitas a los museos.

Divulgación científica y diversión.
En los últimos tiempos, se ha instalado en los museos de ciencia una corriente que presenta la vivencia en el museo de ciencia contemporáneo como una experiencia que debe ser sobre todo “divertida”, identificando así la visita al museo con una práctica en gran medida lúdica o recreativa. Aunque es evidente que la buena experiencia museográfica tiene que suponerle al visitante una especial singularidad y estímulo, una identificación tan explícita con un acto de mera diversión, a nuestro parecer, puede tener el efecto de instalar una visión un tanto reduccionista de las inmensas capacidades que la experiencia en el museo de ciencia ofrece al visitante.

Identificamos a continuación varios aspectos que consideramos que pueden haber influido directamente en la identificación de la experiencia museográfica con la idea de la diversión:

  • La supremacía del indicador “número de visitantes”: Sorprendentemente, en una institución donde se debe mostrar cómo se desarrolla la ciencia, esta cifra se está convirtiendo en la práctica en el único indicador generalmente aceptado de la calidad de un museo. Paradójicamente, los museos de ciencia proclaman en sus cartas de valores y objetivos una serie de propósitos de gran repercusión social –por ejemplo, suscitar vocaciones científicas- que componen todo aquello que verdaderamente debería ser objeto de evaluación.
    Llegado este punto, el museo corre el riesgo de hacer dejación del rol de liderazgo cultural en el seno de su comunidad que se le supone a toda organización sociocultural de la talla de un museo de ciencia. A partir de ahí y con la idea prioritaria de conseguir sobre todo muchos visitantes se organizan todo tipo de actividades en el museo, aunque sea mediante el sorprendente recurso de emplear medios que no son propios del lenguaje museográfico, en ocasiones enmascarados bajo pretendidos ensayos de experimentos vanguardistas en museología, y a menudo barnizados de una gruesa capa de adanismo.
  • Los estudios de marketing aplicados como lo hacen las empresas: Profundizando en lo anterior; en una organización con evidente función social, los estudios de marketing sirven para conocer profundamente a los públicos, con el fin de poder así determinar, qué es lo mejor, lo más adecuado y lo más complementario que el museo puede ofrecerles. No obstante y con demasiada frecuencia, en los museos de ciencia estos estudios de marketing se usan imitando el uso que de ellos hacen las empresas privadas para producir y vender sus productos: un medio para saber qué es aquello concreto que desean sus públicos, a fin de implementarlo rápida y automáticamente, y casi al pie de la letra. La gran paradoja de estos estudios de mercado realizados en los museos pero aplicados al estilo empresarial, es que uno de los propósitos de un buen museo de ciencia es justamente el de ofrecer a sus públicos contenidos que no conocía y que, obviamente, jamás podrán aparecer en un estudio directo y superficial acerca de las expectativas de los visitantes.
  • La identificación que hacen algunos visitantes de los museos de ciencia con espacios de ocio: Los museos de ciencia son a menudo identificados por parte de ciertos públicos como un buen espacio para el ocio; por ejemplo, para el recreo familiar con niños; se visita el museo para llevar a los hijos (o nietos) a pasárselo bien y no para gozar juntos de una experiencia creativa. Este punto de vista de muchas personas sobre la función del museo de ciencia contemporáneo, es completamente legítimo y respetable, pero no obliga en modo alguno a los mecanismos de dirección del museo a tener que compartirlo sino está alineado con los objetivos de comunicación científica que el museo se haya planteado.
  • La influencia de los programas de TV al estilo del “Brainiac” británico: Podría parecer que la comunicación científica funciona bien como producto televisivo, a juzgar por la proliferación de programas que tienen a una cierta ciencia como protagonista, planteándola en la mayoría de los casos exclusivamente, en base a experimentos espectaculares de química y física, como un recurso más de entretenimiento y diversión. Aunque damos por descontado la buena voluntad de sus promotores, no debe perderse de vista que normalmente no se trata de programas que pretendan divulgar ciencia, pues lo que evalúan normalmente como indicador de éxito no es la calidad o cantidad de los conceptos científicos que logran comunicar, sino el share que consiguen.
    La influencia de ciertas dinámicas escolares: En el mundo educativo está arrollando una tendencia a fijarse mucho –rozando ya el exceso—en que los alumnos estén a gusto y se lo pasen bien en clase, con la mirada en que no desarrollen una aversión hacia el estudio, ya que está demostrado que el estado emocional de las personas afecta decisivamente a su capacidad de aprendizaje (véase, p.ej. Roth 1980). Así pues, la razón principal por la que muchos profesores llevan a sus alumnos a actividades fuera del centro educativo es, precisamente, la de que se diviertan, y en el caso de los museos, que se diviertan con la ciencia (Viladot, 2012). El contrasentido es que esto viene en detrimento de planteamientos educativos para los que los museos son el entorno ideal, como los enfoques constructivistas (Gerber, Cavallo & Marek, 2001; Lelliott, 2013; Murmann & Avraamidou 2014). Por otra parte, al final, llevar a los alumnos a divertirse al museo puede conseguir precisamente el efecto contrario al deseado, por reforzar la sensación de que el aprendizaje en el aula es por naturaleza aburrido, y que al museo se va sólo para divertirse, dando en cualquier caso una imagen falseada de la ciencia.
    Así pues, tanto por la demanda escolar como la de las familias en su tiempo libre, parece inevitable que los museos acaben sucumbiendo a la presión de ofrecer diversión. El problema es que el binomio ciencia-diversión acarrea varios peligros que describimos a continuación.

La ciencia: ¿divertida o seductora?
Por un lado identificar ciencia con diversión puede ser un reclamo engañoso cuando se pretende acercar al ciudadano a la ciencia real y fomentar vocaciones científicas entre los escolares, lo cual es uno de los principales fines de la divulgación de la ciencia en la actualidad. El desempeño del trabajo ordinario de un científico tiene poco de divertido si nos fijamos en las largas horas realizando tareas de laboratorio, análisis de datos o programación de códigos informáticos, por ejemplo. Un estudio que uno de nosotros dirigió en el marco de un proyecto de fin de carrera (Stengler, Lyons & Fernández, 2013) mostró que entre quienes han emprendido una carrera científica, existe una tendencia a que el aspecto divertido de la ciencia se vaya diluyendo a medida que pasa el tiempo y acumulan experiencia, y que hay muchos otros calificativos atribuibles a la ciencia que la pueden hacer atractiva sin tener que recurrir al reclamo de lo divertido: la ciencia puede ser fascinante, interesante, apasionante, o importante, por citar sólo algunos ejemplos. De hecho, creemos que es una actitud condescendiente con nuestros jóvenes la de dar por supuesto que lo único que les mueve es la diversión: los niños y jóvenes son capaces de dirigir su atención a cosas por otros motivos, como por ejemplo que les parece interesante, o importante. ¿Cuántos niños no se involucran en actividades, por ejemplo, de protección de la naturaleza o de animales y se comprometen con ellas no porque se divierten sino porque tienen conciencia de su importancia? Lo que sí es cierto es que si sólo les damos diversión por creer equivocadamente que es lo único que buscan, al final lograremos que así sea.

Además, está quedando demostrado que hacer la ciencia divertida y amena para los alumnos, como mucho mejora su actitud hacia la ciencia, pero ésta luego no está correlacionada con la decisión de los alumnos de optar por carreras científicas, como exponen DeWitt, Archer y Osborne (2014). Otro amplio y muy reciente estudio realizado por Reach Advisors ha identificado que el recuerdo más intenso de la experiencia museística que se conserva pasados unos años, en muchos casos tiene que ver con la experiencia vivida en el museo contemporáneo con ciertos objetos reales de especial valor museográfico, algo que se verificó incluso en el caso de visitantes jóvenes (Wilkening, 2015).

Otro peligro que acarrea la idea de ciencia divertida que suele pasar inadvertido, es que convertir la ciencia en una actividad meramente entretenida o espectacular es uno de los principales elementos disuasorios que aducen los científicos profesionales, sobre todo los más prestigiosos, para no participar en actividades divulgativas. En una época en la que precisamente estamos intentando involucrar cada vez más a la comunidad científica en la divulgación, es fundamental asegurarse de que los investigadores se sientan a gusto en ella, y banalizar su ciencia hasta convertirla en un show sin sustancia no contribuye precisamente a ello.

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Exposición «Iriscendium: el laboratorio de las burbujas de jabón», en el Colegio de Ingenieros industriales de Tarragona (España). Un niño dedica fascinado un largo período de tiempo e intensa atención para conseguir un formidable domo iridiscente de jabón. Foto: Ruth Dolado.

Hacia una ciencia seductora.
Si analizamos las palabras desde la etimología, encontraremos hallazgos interesantes. Divertir deriva del latín Divertere que literalmente significa apartar del camino. Nosotros, como ya hemos manifestado anteriormente, creemos que hay muchos adjetivos aplicables a la ciencia y que reflejan mucho mejor lo que representa: fascinante, apasionante, emocionante…, pero no divertida por lo ya expuesto.. Por el contrario, al científico lo que le sucede es que la ciencia lo seduce porque es apasionante y soporta lo que tenga de duro y poco gratificante a corto plazo, porque sabe que al final, encontrar los resultados y extraer conclusiones es un ejercicio intelectual incomparable.

Seducere en latín significa atraer hacia sí y esto y no otra cosa, es lo que debemos hacer los museos de ciencia ―y nos atrevemos a decir que también la escuela―: fomentar el interés por la ciencia; ayudar a que la curiosidad innata de los niños no se diluya con los años; enseñar que hay que salir del museo con más preguntas que respuestas; facilitar que la emoción devenga en fascinación. Y para ello, hay algunas claves absolutamente necesarias; sin ánimo de hacer inventario apuntamos algunos elementos que, a nuestro parecer, basado en la experiencia y los fundamentos de la investigación, toda actividad educativa de un museo de ciencias no debería obviar para seducir profundamente a sus visitantes.

  • Una ciencia como relato: En primer lugar, hay que visualizar que la ciencia es una construcción humana en cambio continuo y que está relacionada con la cultura general y específicamente con la cultura de los visitantes. Para ello, hay que hacer de la ciencia un relato, hay que convertir el lenguaje científico en una narración que vincule los conceptos con las experiencias culturales personales; hacer de la ciencia una nueva de las tradicionalmente llamadas “humanidades”. Plantear el inicio de la actividad con la narración de un relato basado en el uso de diferentes lenguajes, nos ayudará a establecer un vínculo emocional al que haremos referencia a lo largo de ella.
  • Una ciencia en diálogo con las otras disciplinas: Por otro lado, los fenómenos en la naturaleza no se observan aislados de su contexto. En el museo sí. Los objetos expuestos exsitu o los módulos que simulan fenómenos de la naturaleza, requieren de tratamientos didácticos que los resitúen y que los vinculen, una vez más, a la cultura. Y esto no se puede hacer si la ciencia no dialoga de forma continua con las otras disciplinas. La ciencia puede ser el eje conceptual del tema que estamos tratando, pero en diálogo de tú a tú con los otros lenguajes, con las artes, con las matemáticas, etc. para incorporar así, uno de los elementos clave de todo desarrollo científico: la creatividad.
  • Una ciencia en su contexto: Si la base del museo de ciencia es la exposición, ésta debe convertirse en el campo donde en pequeños grupos, los alumnos van a buscar los datos de interés, donde observan la naturaleza ―exsitu―, donde se producen los momentos más emocionantes de contacto con el objeto o el fenómeno. Para después acudir al aula-taller que, como analogía del laboratorio, les permite analizar los datos tomados en la exposición, compartir con sus colegas las ideas que les acuden a la mente y elaborar así los resultados de sus pesquisas que comunicarán al resto de colegas de la clase (o del grupo familiar). El diálogo permanente entre el hacer, el pensar y el comunicar, como la ciencia misma. Si lo planteamos así, no es necesario que todos lo hagan todo. Como en la mejor ciencia, el trabajo se reparte porque lo importante no es haber pasado por los mismos itinerarios físicos, sino haber recorrido el mismo itinerario intelectual y elaborar conjuntamente el nuevo conocimiento.
  • Una ciencia construida colectivamente: En el museo no evaluamos, no sabemos cómo enlazará el docente con su currículum escolar (o cómo continuará la vivencia familiar en casa), nuestro contacto con el visitante es corto y efímero. El museo no es la escuela, pero los activos del museo bien desarrollados pueden ser un extraordinario complemento a la escuela. Pero tenemos claro que, dado que 2/3 de los visitantes no escolares quieren pasárselo bien pero aprender y prácticamente el 100% de los docentes esperan que sus alumnos aprendan (Viladot, 2012), nos debemos asegurar de que esto sucederá. La única manera de hacerlo es realizando una dinámica final de la actividad en la cual los participantes de forma cooperativa, tendrán que poner en juego los cambios que hayan sucedido a lo largo de la actividad en su mente, cómo ha cambiado su percepción de la realidad desde que la empezaron. Y otra vez, los lenguajes y el diálogo disciplinar nos permitirán hacerlo.
  • Una ciencia tranquila: Como es fácilmente deducible de lo dicho hasta ahora, y al igual que la misma ciencia, todo este proceso no se puede llevar a cabo con prisas. Por ello pensamos que la visita al museo debe ser relajada,. Y no sólo porque la ciencia no se hace con prisas, sino porque la atención no se puede mantener a un nivel alto de forma continuada y hay que combinar los momentos de atención elevada y estímulo con otros de relajación que permitan una vez más, llevar la atención a lo más alto. Ello implica que la visita al museo, especialmente en el caso de las visitas escolares, debe ser todo lo larga que se pueda con las pausas necesarias para descansar, una visita de una mañana completa es lo ideal. Pero no se trata sólo del desarrollo de la propia actividad, son necesarios también la forma pausada de recibimiento por el personal de taquillas, los desplazamientos sin ruidos ni carreras, los educadores hablando en voz baja, estableciendo en fin, un ambiente relajado que rompa con la habitual imagen de decenas de niños y niñas corriendo de arriba a abajo, toqueteando sin enterarse, gritando sin escucharse mientras los docentes o los padres y los educadores se desesperan.

Pero no es fácil. No lo es si no disponemos de un equipo educativo profesional. Si no contamos con educadores en lugar de monitores o guías, si pretendemos que lo haga cualquier estudiante en prácticas con escasa formación ―las prácticas deben ser otra cosa―, y sin apenas medios a su disposición, o con personas sin ninguna garantía de una mínima estabilidad y que rotan continuamente de un lugar a otro. Se requiere de educadores con una alta formación científica, los visitantes esperan encontrar un experto que les ayude (Viladot, 2012). Pero también con una alta formación didáctica que les permita afrontar la gran diversidad de público al que atienden cada día, que sean capaces de adaptar cualquier momento de la actividad a las fluctuaciones que se produzcan y de hacerlo sabiendo que lo más probable es que no vuelvan a ver a estos visitantes. Educadores que puedan realizar la misma actividad con grupos muy distintos, con características a veces contrapuestas y expectativas que les son desconocidas.

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Varios niños en el Museu Blau de Ciencias Naturales de Barcelona, escuchan atentamente las explicaciones de un educador acerca de una calavera expuesta. Foto: Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.

Sabemos que en un momento de crisis como el actual, plantear este modelo puede parecer frívolo, pero la educación no lo es y nos jugamos mucho. Sabemos que, en general no lo estamos haciendo bien, que los ciudadanos no se sienten inmiscuidos en los problemas científico-tecnológicos, que cada vez hay menos jóvenes que se quieren dedicar a la ciencia. Hay que actuar y hay que hacerlo ahora.
De otra manera quizá haremos que el ciudadano o el escolar se divierta, sí. Pero seguro que no habrá cambiado su manera de ver la ciencia a largo plazo ni habrá reconocido lo esencial de lo que denominamos método científico para analizar la realidad. Y si ello es así, no hacen falta museos: con los parques temáticos o los centros comerciales tenemos más que suficiente.

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Referencias

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  • Wilkeninig, S and Reach Advisors (2015) http://www.astc.org/astc-dimensions/beginning-to-measure-meaning-in-museum-experiences/
  • Gerber, Brian L., Cavallo, Anne M. L. and Marek, Edmund A. (2001) Relationships among informal learning environments, teaching procedures and scientific reasoning ability, International Journal of Science Education, 23:5, 535- 549
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  • Viladot, P. (2012). ¿Sabemos para qué vienen? Análisis de las expectativas y los objetivos de los docentes en las visitas de grupos escolares al Museu de Ciències Naturals de Barcelona. En J. Bonil, R. Gómez, L. Pejó, & P. Viladot (Ed.), Somos educación. Enseñar y aprender en los museos y centros de ciencia: una propuesta de modelo didáctico: 111-118. Barcelona: Museu de Ciències Naturals de Barcelona
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