Atrofia e hipertrofia del concepto de «museo»

Este artículo lo publiqué en el blog de El Museo Transformador


En septiembre de 2019 en Kyoto, la Asamblea del ICOM no consiguió sacar adelante su nueva definición de museo, la cual había sido objeto de un proceso participativo previo. Este fue el sorprendente texto que se sometió  a votación en la Asamblea y que fue rechazado instando a una revisión:

Los museos son espacios democratizadores, inclusivos y polifónicos para el diálogo crítico sobre los pasados y los futuros. Reconociendo y abordando los conflictos y desafíos del presente, custodian artefactos y especímenes para la sociedad, salvaguardan memorias diversas para las generaciones futuras, y garantizan la igualdad de derechos y la igualdad de acceso al patrimonio para todos los pueblos.

Los museos no tienen ánimo de lucro. Son participativos y transparentes, y trabajan en colaboración activa con y para diversas comunidades a fin de coleccionar, preservar, investigar, interpretar, exponer, y ampliar las comprensiones del mundo, con el propósito de contribuir a la dignidad humana y a la justicia social, a la igualdad mundial y al bienestar planetario.

Aunque el ICOM capeó la situación alegando que se trataba sólo de una forma de empezar a trabajar en ello, no debió ser fácil disimular el bochorno de que una importante organización internacional dedicada plenamente a los museos no fuese capaz de definirlos, siendo además que crear esta nueva definición había sido iniciativa del propio ICOM, entidad que acumula una prestigiosa trayectoria en definiciones sobre el concepto de museo. En estos momentos el ICOM está enfrascado en un complejo proceso para optimizar esa definición que debería culminar en 2022 y que seguiremos atentamente [Por cierto: este empeño por definir regularmente el concepto de museo —algo que no se encuentra con tanta intensidad en otras disciplinas— podría ser un síntoma de las particulares dificultades para el autoconocimiento propias de nuestro sector].

Una definición es una proposición que expone con claridad y exactitud los caracteres genéricos y diferenciales de algo material o inmaterial, dice la RAE. Aunque resulta evidente que el texto anterior no se corresponde con una definición, sí que sirve a la perfección para revelar ciertos problemas fundamentales del sector de museos, que tienen que ver con las graves dificultades para manejar criterios comunes de gestión estratégica y autopercepción, y que son uno de los pilares que inspira el proyecto de El Museo Transformador.

La definición de museo, a estas alturas, ya no debería ser de ciento quince palabras, suponer años de debate ni discurrir entre esferas insondables de significados abstractos y ambiguos. Lo que subyace es que existen aspectos de base que todavía parecen estar muy poco claros entre los propios profesionales del sector. Y si en el seno del propio gremio no nos aclaramos acerca de lo que somos ¿cómo podemos esperar los museos ser reconocidos por la sociedad como un actor diferente y relevante?

No es fácil comprender porqué actualmente, cuando se pretende definir a los museos, se suele optar por sobredimensionar y magnificar su papel social, haciendo sofisticadas abstracciones pero poco significativas, en un proceso de hipertrofia del concepto de museo; acaso pretendiendo bienintencionadamente con ello desarrollar o proyectar su significado. Eso en lugar de buscar la elegante y deliciosa concisión y precisión que caracteriza toda buena definición. Parece como si limitar o acotar (aspectos clave de quien pretende definir) supusiese algún problema o se confundiera con una actitud presuntamente poco ambiciosa. No se trata tanto de que los sesudos procedimientos que el ICOM ha creado a tal efecto den con una definición por todos aceptable de museo, sino de entender primero nosotros qué somos, pero sobre todo, qué no somos, pues antes de pretender definir algo es preciso comprenderlo a fondo.

Una de las sesiones de  la Asamblea del ICOM de 2019 en Kyoto, en la que se propuso una nueva definición de «museo» que se rechazó instando a su revisión.  (Foto: Curating Tomorrow).

Paradójicamente y en el extremo opuesto, con estas intenciones de hipertrofiar el concepto de museo, convive una progresiva erosión o atrofia del mismo. Etimológicamente, el término museo es muy rico en su concepto, pues describe un lugar de inspiración intelectual (casa de las musas). No obstante, la palabra museo ha visto desgastado su significado original hasta emplearse hoy en día casi de modo exclusivo para describir un espacio físico que exhibe una colección, adquiriendo en ocasiones —y muy lamentablemente— una connotación incluso rancia. Esto es muy notable en ciertos procesos de naming, que suelen eludir con todas sus fuerzas el hecho de emplear la palabra «museo» al bautizar a un nuevo… ¿museo?

Quizá no sería necesaria una definición de museo (como no existe una definición ceremoniosa y regularmente revisada para definir al rock o para definir al cine), pero las palabras son importantes. Todas las profesiones empezaron siendo sólo meras dedicaciones y devinieron disciplinas precisamente cuando pudieron crear glosarios compartidos, paso fundamental para generar procedimientos formativos y, con ello, criterios generalmente admitidos. Pero en los museos seguimos como hace muchos años: carentes de una academización de lo que hacemos que sea capaz de inspirar una profesión plena; faltos de profesionales con formación explícita en gestión de museos que trascienda la formación propia —y necesaria— de un conservador; desprovistos de glosarios y criterios de gestión ampliamente compartidos; saturados de interpretaciones arbitrarias del papel de los museos arrojadas regularmente por diferentes y osados visionarios adanistas; sobrados de crecepelos de moda que regularmente entran y salen de museos que no parecen comprender cuál es la actividad que les es propia; ilusionados con la perspectiva de llegar a desarrollar  algún día un trabajo propio que diferencie y singularice la acción social de los museos de la de otros espacios culturales.

Desde estas líneas se reivindica una vez más la toma en consideración de algo llamado lenguaje museográfico al preparar el ICOM esta futura definición de museo, la cual ya no debería volver a sonrojarnos. Sugiero que dejemos de pensar en los museos como sitios-que-hacen-cosas (quizá demasiadas cosas), y orientemos nuestras visiones a pensar en ellos como espacios propios del cultivo de un lenguaje propio y singularísimo.

Ir arriba